RODULFO FIGUEROA


Rodulfo Figueroa Esquinca es considerado uno de los iniciadores de la tradición literaria de Chiapas; estuvo a la altura intelectual que demandaba el desarrollo de la entidad, sobre todo en la última década del siglo XIX; sus estudios en Guatemala le proporcionaron las herramientas intelectuales y estéticas para la creación de una propuesta literaria, de las mejores logradas durante ese periodo.

En un territorio que históricamente se ha mantenido apartado del resto de la República por su situación geográfica, la propuesta de Figueroa se fraguó de acuerdo con las formas y temas del movimiento romántico, con aportes en el manejo del lenguaje folclórico regional e imágenes imbuidas en un profundo humanismo, que revelaban sus preocupaciones filosóficas.

Este trabajo pretende un acercamiento a las vicisitudes educativas de este escritor, su enfermedad, que lo acompañó toda la vida, sus éxitos literarios y su labor en el campo de la medicina, así como su influencia en la consolidación de una identidad regional. Sus experiencias se reflejaron en su obra, que articuló los temas propios de su vocación médica con su espíritu de poeta; asumió la realidad cruda del padecimiento humano a costa de su sensibilidad.

Mediante el análisis textual se podrá reconocer sus modelos literarios: Manuel Acuña, Gustavo Adolfo Bécquer y Ramón de Campoamor; se recupera también parte de su historia personal, la importancia de su legado, que se ha vuelto de difícil acceso y tiene el encanto de transmitir a sus lectores el sentir de toda una generación, además de permitirnos observar el folclor y costumbres de una época.

En el siglo XX, las nuevas expresiones literarias chiapanecas poco a poco fueron ganando un lugar en las letras nacionales, como sucedió con las obras de Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Eraclio Zepeda y Enoch Cancino.

Figueroa Esquinca (1866- 1899) creció dentro de un círculo social privilegiado que le permitió cultivar la poesía y estudiar medicina; cuando nació, el valle de Cintalapa era uno de los más prósperos de Chiapas gracias a la actividad ganadera y agrícola; su madre, Cecilia Esquinca Loreto, fue hija del liberal José Gabriel Esquinca, gobernador del estado del 17 de junio de 1863 al 30 de noviembre de 1864, durante la invasión francesa; su padre, Esteban Figueroa Selvas, era dueño de la finca “Santiago”, una de las más productivas de la región.

A finales del siglo XIX, hombres ilustres como Emilio Rabasa, Belisario Domínguez y Rodulfo Figueroa consolidaron la base progresista que permitió a Chiapas entrar en la vía del desarrollo mediante el impulso de acciones e ideas que permearon en el devenir social; su pensamiento contrastaba con los de una sociedad conservadora basada en los cacicazgos regionales; Joaquín Miguel Gutiérrez y Ángel Albino Corzo protagonizaron en esos años episodios de lucha a favor del federalismo. La distancia entre Chiapas y el centro del país hizo que estos cambios se dieran con cierta lentitud y dificultad.

En junio de 1892, el gobernador Emilio Rabasa trasladó, con la autorización del Congreso del Estado, los poderes públicos de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas a Tuxtla Gutiérrez. Los problemas con la Iglesia y con los miembros de la élite conservadora, particularmente con el ex gobernador Miguel Utrilla, obligaron al gobernador a promulgar el decreto, el 11 de agosto del mismo año, en el que declaraba a Tuxtla Gutiérrez capital de Chiapas y, por lo tanto, la residencia de los Poderes del Estado. Las pugnas entre republicanos e imperialistas, conservadores y liberales, influyeron en los escritos de Rodulfo Figueroa, un ejemplo de ello es Olvido, pequeño poema en tres cantos (1890); por esta obra se le consideró un “prometedor hombre de letras”.

La infancia del poeta transcurrió bajo la educación de su madre; su apego a lo familiar se encuentra presente en varios poemas: “El ángel de la guarda (A mi madre)”, “A mi padre en su cumpleaños”, “A mis hermanos”; Enrique Merchant, su tutor, le enseñó la lengua francesa. Rodulfo estudió en las ciudades de Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de Las Casas, Guatemala y la ciudad de México; en Guatemala recibió el título de “Graduado en Ciencias i Letras” en 1885; dos años después se mudó a la Ciudad de México con el propósito de estudiar la carrera de Médico Cirujano; ahí cultivó estrecha amistad con jóvenes escritores como Peón del Valle y José Aspe (Castañón, 1937); fue un estudiante sobresaliente, obtuvo, en Guatemala, el primer lugar del Concurso Nacional de Medicina, en octubre de 1893, con su trabajo: “La vacuna, su conservación indefinida y su propagación en Guatemala”.

Rodulfo interrumpió sus estudios debido a la hidrocefalia que le causaba mareos y postraciones; su endeble salud no le permitió formarse académicamente en lugares más propicios como Europa o los Estados Unidos. En su época de estudiante universitario tradujo al español textos de medicina escritos en inglés y en francés que publicaba en dos revistas estudiantiles de medicina, de cuya edición se encargaba él mismo.

Los excesivos dolores de cabeza lo obligaron a dejar la Ciudad de Guatemala y volver a Cintalapa en 1895. Se instaló en la finca familiar, ahí se dedicó a escribir y a ofrecer gratuitamente sus servicios médicos a los campesinos de la región; sus últimos años se caracterizaron por su labor humanitaria y por su creación poética más afortunada.

Dos años después de su muerte, acontecida el 7 de julio de 1899, apareció Poesías (1901) bajo el sello de Hermanos Escobar Editores. Rodulfo tuvo contacto con ellos en los círculos literarios y bohemios de Guatemala. Tras su muerte, los editores comunicaron a la familia de Figueroa, su intención de publicar parte de su obra en Ciudad Juárez, Chihuahua. Esta edición alcanzó una difusión considerable en el primer cuarto del siglo XX, según lo testimonian la Revista Chiapas, El estudiante, México, Guatemala ilustrada, Diario de Centroamérica, El Heraldo, El Observador.

Rodulfo Figueroa fue el primer chiapaneco en crear una obra que gozó de la aceptación de sus contemporáneos; es el antecedente de una tradición literaria que se consolidó en el siglo XX con autores como Rosario Castellanos, Jaime Sabines y Eraclio Zepeda. Pasaron más de 30 años desde su muerte para que otros escritores, como Armando Duvalier (1914-1989), destacaran en la creación literaria local.

Su poesía se ajusta a las formas románticas. El romanticismo fue un movimiento estético que tuvo su origen en Alemania e Inglaterra en la primera mitad del siglo XIX; para Amelia Valcárcel fue “una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Neoclasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos” (2008). El antecedente de este movimiento es el Sturm und Drang (tempestad e ímpetu) cuyo propósito “era superar los límites kantianos impuestos a la razón humana por medio del sentimiento, la fe o la experiencia mística” (CIALC-UNAM). El Romanticismo fue el movimiento artístico de mayor aceptación en América Latina durante el siglo XIX, representaba la elegancia de la forma y la explosión del discurso retórico que buscó contraponerse a un clasicismo que había agotado su forma. Al considerar al mundo grecorromano como el modelo de perfección absoluta al que sólo se debía imitar, “exaltaron lo irracional, lo íntimo, lo vivo, la imaginación, pretendiendo evadirse del mundo en que vivían transformado por la tecnología y la industrialización” (CCH-UNAM, 2015). En el caso de México, este movimiento se manifestó con cierta dilación y prevaleció en él un ánimo de imitación estética; Emmanuel Carballo afirma:

El Romanticismo apareció a principios del siglo XIX en México, perduró a lo largo del siglo y dio sus últimos frutos en el XX, se anuncia con José Manuel Martínez de Navarrete y José Joaquín Fernández de Lizardi, se define con Ignacio Rodríguez Galván y Fernando Calderón, consigue sus vehemencias más subjetivas con Manuel Acuña y Manuel M. Flores, obtiene sus textos más perfectos con Salvador Díaz Mirón, se asordina en poemas de Manuel Gutiérrez Nájera, José Manuel Othón, Luis G. Urbina y Amado Nervo, y muere de muerte natural en ciertos textos de Enrique González Martínez, José Juan Tablada y Ramón López Velarde” (1991, p.15).

Los románticos rechazaron la concepción de que el poder de la razón y de la ciencia conduciría a un óptimo modelo de vida; para ellos, el ansia de libertad era una aspiración inalcanzable; el hombre era un ser desgraciado en esta vida porque la sociedad le impedía realizar sus deseos y seguir los impulsos del corazón. Juan Luis Alborg retoma tres criterios básicos de Welleck para definir el romanticismo: “la imaginación como energía motriz de la poesía; un concepto orgánico de la naturaleza como idea del mundo; el símbolo y el mito como formas de expresión poética” (1992: 15-16).

Los valores estéticos más frecuentes en las obras románticas son la sublevación de lo sentimental, la liberación del pensamiento y la búsqueda de una identidad individual y nacionalista: esto se manifestó desde Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) hasta poetas hispanoamericanos como Rodulfo Figueroa. Emmanuel Carballo (1991: 13) opina que “Este tipo de poesía, sentimental y filosófica, apela al corazón y no sólo a los oídos”.

Una vez finalizada la guerra de Independencia en México, comenzó la organización nacional del país. Los inconvenientes que los nuevos países, como el nuestro, debían resolver correspondían sobre todo a la política interna y a la cultura. Fueron los años en que el liberalismo y el romanticismo se difundieron en los países hispanoamericanos; ahora “ya no es España la gran mediadora entre Europa y las colonias, sino que los escritores hispanoamericanos y los libros de diversos autores extranjeros, sobre todo los franceses, son los que difunden el nuevo movimiento literario” (Puccini, 2010: 594); se introducen las ideas y las estéticas francesa, alemana e inglesa. La participación académica en las revistas estudiantiles que tuvo Figueroa (en las que realizaba traducciones del francés principalmente) ofrece testimonio del impacto que esta tendencia tuvo en los ambientes intelectuales.

En la poesía de Rodulfo Figueroa se manifiesta el rechazo al mundo frívolo, al obrar únicamente de acuerdo con las leyes de la razón y de la ciencia. En la literatura romántica hay una aspiración a la libertad; se exaltan a personajes bandidos, piratas, reos, mendigos, prostitutas; que actúan al margen de la sociedad y de sus leyes. Rodulfo hará lo propio al recrear la vida de los hombres del campo, los mendigos, los enfermos, los marginales, como se observa en los poemas “El mendigo”, “El poeta”, “Los trabajadores del bosque”.

El escritor romántico expuso su “yo” a la contemplación de los lectores, expresó sus sentimientos íntimos con un personaje clave: “el poeta” que, la mayoría de las veces, es la voz del mismo escritor. Los románticos asumieron la idea de que la humanidad no les comprendía, la patria los desterraba, la mujer que soñaban no existía; decepcionados se rebelaron contra la sociedad y huyeron viajando, escribiendo poesía de ensoñación sobre la Edad Media y el Oriente o mediante el suicidio. Este último tendrá en México un caso ejemplar en Manuel Acuña, cuyo poema “Ante un cadáver” nos remonta a “Por el arte” de Figueroa, quien asume la misma postura ante el cientificismo que, según el sentimentalismo romántico, denigraba la dignidad humana en favor del conocimiento.

Los románticos, Rodulfo Figueroa entre ellos, colaboraron con sus obras en el triunfo del liberalismo e intentaron introducir el pensamiento de la época en todos los aspectos de la vida, exigiendo para el escritor absoluta libertad para componer sus obras. El escritor francés Víctor Hugo (1802- 1885) declaró en Hernani (1830): “El romanticismo, que se ha definido mal muchas veces, mirándolo sólo bajo su aspecto militante, sólo significa la libertad en la literatura”.

La obra poética de Rodulfo ya era importante en su momento; los críticos locales, con señalamientos sencillos, expresan las lecturas del autor, sus preferencias y carisma. Tras su muerte hubo un vacío por décadas en el ámbito literario regional debido al atraso social, económico, político y cultural de la entidad.

Este poeta anheló humanizar el racionalismo científico y descubrir la historia oculta tras un cuerpo muerto; en el poema “El número 339” dice:

Estudiando una vez histología

del anfiteatro en el salón desierto,

una historia encontré, grave y sombría

en la substancia cerebral de un muerto.

¿Cómo la descifré? yo la atribuyo

a la extraña aberración del microscopio;

dejo al lector con el criterio suyo,

la someto á su juicio y se la copio.

La banalización de la dignidad humana interesa al autor; la lectura completa del poema ofrece la historia amorosa de un individuo encerrado en las cifras de un número, convertido en un caso de estudio. Rodulfo da voz a la historia escondida.

En Olvido, pequeño poema en tres cantos (1890) hay composiciones con sonoridades del verso heroico, el personaje principal parte a la guerra a defender a la patria; el lenguaje es sencillo e incluye regionalismos; ahí se propone la conservación de las tradiciones, las costumbres y los paisajes, como se observa en “El toro salvaje”, donde además de dar voz a las bestias que han de enfrentarse a los hombres, reproduce escenas costumbristas de la época como lo hacían los románticos alemanes. Figueroa logra lo que Pedro Henríquez Ureña considera lo más difícil en poesía: “Decir las cosas bien, como proclamaba Rodó, pero decirlas con palabras no rebuscadas” (1954: 69).

Muchos lectores de la poesía de Rodulfo sólo conocieron los textos que se imprimieron a partir de 1901 con errores y omisiones. Malva Flores (1994: 17-18) dice que el mayor mérito del poeta chiapaneco fue el de consolidar la idea de lo literario en su estado y que “al ser un versificador correcto, nada hay en su poesía que se aparte del lirismo y el fasto de las formas más tradicionales del modernismo y de algunos remanentes del romanticismo”. Edgar Robledo Santiago aseguraba que Rodulfo era un poeta romántico creador de una obra fecunda y múltiple, a pesar de que la muerte lo sorprendió temprano; “todos los tópicos de la vida tuvieron cabida en su inspiración; cantó al amor y al dolor, a la vida y a la muerte; a la naturaleza y a la patria, a la ciencia y al arte” (2000: 135). La exigua difusión de su obra se debe, en parte, a las no siempre afortunadas ediciones y al eclipsamiento que sufrió con el prestigio de otros autores más recientes como Rosario Castellanos, Eraclio Zepeda y Jaime Sabines.

El más entusiasta promotor de la obra de Figueroa durante la segunda mitad del siglo XX fue su sobrino Amadeo Figueroa, cuya familia proporcionó el material para la edición de Poesías completas, publicada en 1958 y prologada por Andrés Serra Rojas; esta misma se retomó en 1966 para conformar la obra conmemorativa del centenario del nacimiento del autor.

La obra de Rodulfo Figueroa se inserta en el movimiento romántico, donde predomina, según José Emilio Pacheco (1999: XXXI): “la rebeldía, la sinceridad, el subjetivismo apasionado, la elocuencia quejumbrosa, la improvisación”.

Recibe la influencia del mexicano Manuel Acuña y los románticos españoles Gustavo Adolfo Bécquer y Ramón de Campoamor; otras preferencias de Rodulfo son María de Jorge Isaacs, La dama de las camelias de Alejandro Dumas y las obras de Víctor Hugo.

Los aspectos regionales son recurrentes en la poesía de Figueroa; José Casahonda Castillo (2010: 35-36) le concede el acierto de convertir a su tierra natal, que vivía “dentro del sistema injusto del latifundio, en su paraíso perdido, la arcadia feliz”. Tal vez la ausencia de su tierra natal llevó al poeta a escribir con nostalgia, idealizándola en el amor y la bondad, potenciando la belleza natural y la cotidianidad regionales. Edgar Robledo Santiago (2000: 135), afirmó que Figueroa:

amó tanto a su tierra que dijo; “HE LLEGADO A SABER QUE EL UNIVERSO ESTÁ ENCERRADO EN MIS RISUEÑOS LARES”. El folklore significó para él la fuerza de su acercamiento al pueblo, por eso hablaba de la “JICARITA DE PINOL CALIENTE” y de la “ENCARNADA FLOR DE SOSPÓ”.

La incorporación de arcaísmos, folclorismos y descripción de paisajes es frecuente. El mismo Figueroa da cuenta de ello en la introducción de Olvido, pequeño poema en tres cantos: Este poemita, puramente regional, lo dedico a las buenas gentes que viven en el mismo pedazo de tierra donde vi la luz por primera vez; deseando pintar sus costumbres, he empleado en él vocablos provinciales y giros de lenguaje que sólo allá se usan y que muchos de los lectores tal vez no comprenderán. Si tiene la buena suerte de ser bien acogido entre mis paisanos, me daré por satisfecho de este incorrecto trabajo, escrito nada más por vía de ensayo y sin pretensiones de ningún género.

Los factores ideológicos, sociales, históricos, lingüísticos, políticos y filosóficos, que conforman el contexto de su obra, contribuyen a entender la significación de la obra en conjunto.

José Casahonda Castillo (2010: 35-36) destaca la participación de Figueroa en la polémica que se suscitó a finales del siglo XIX entre positivistas y espiritualistas:

Para él nacido bajo el amparo ecuménico de la Iglesia, no podía tener cabida la idea positivista de que más allá de la muerte no existe más que la nada; por ello su poema Por el arte, además de ser de buena factura, debe considerarse como el mejor alegato poético escrito hasta hoy en contra del positivismo.

En los tiempos en que Figueroa era estudiante, se creía que con el Porfiriato México había entrado en una fase de desarrollo imparable, con orden y progreso. El positivismo cientificista, que debía crecer en el seno de un estado laico, dio nuevo rumbo a la política, la economía, la cultura y la educación. Este último ámbito era concebido como el principio y fundamento de todo cambio. El conocimiento tendría como base del orden social y el Estado laico; por esta razón, a la educación científica se le otorgó un trato privilegiado a fin de que individuo tuviera saberes prácticos para emplearlos en beneficio del país.

Rodulfo Figueroa antepuso a este movimiento intelectual sus principios románticos; Casahonda Castillo (2010: 16) dice que en sus manos de romántico, el poeta sublimó, deificó, hasta convertirlos en símbolos, los temas de su poesía: el amor, la mujer, la pena, la soledad, la muerte y el terruño.

Aunque el poeta realizó algunas publicaciones en periódicos, según comenta Amadeo Figueroa en el prólogo del libro Rodulfo Figueroa Esquinca 1866-1899, poemas (1981), fue hasta 1890 cuando apareció Olvido, Pequeño poema en tres cantos, el único que publicó en vida.

Poesías se publicó en 1901 en Ciudad Juárez, Chihuahua; titulada así por los impresores, quienes daban a conocer “lo mejor de su obra”. Este material sirvió de base para nuevas impresiones. Al parecer, la familia de Figueroa seleccionó los poemas, lo que ocasionó erratas considerables en reproducciones posteriores, como las fechas en que se escribieron algunos poemas, ciertas palabras cambiadas y versos mutilados.

En la obra de Rodulfo se hallan presentes vocablos de la lengua zoque y algunos de origen náhuatl, que funcionan como rasgos de un folclor regional y sirven a la recreación de paisajes y escenas cotidianas; en el poema “A Tuxtla” encontramos una evocación nostálgica del pasado: “¡Salud, oh pueblo de mis amores/ donde en pasados tiempos mejores/ mi vida alegre se deslizó!”; introduce ahí vocablos propios de la región con los que nombra lugares: el cerro Mactumatzá o el río Zapatá; frutas como el cupapé, yumí, puxunú, o flores utilizadas por las étnias indígenas en ceremoniales religiosos como el candox o siqueté.


¡Cómo se extiende tu vestidura

cabe la falda pendiente y dura

del elevado Mactumatsá,

y mientras duermes tan indolente

cómo te arrullan eternamente

las claras hondas del Zapatá!


¡Oh, Tuxtla hermosa, cómo suspiro

cuando resuenan en mi retiro

tus tamaladas del mes de abril;

cuando me llega la voz de arrullo

de tus inditas que un bardo tuyo

les dio de gracias un jiquipil!


En este poema aparecen rimas con palabras zoques como matzú o palabras con formas localista como Calvariú por Calvario.


Tal me parece que alegre sube

mi papalote que hasta la nube

almidonado va de matzú;

que en pos de nuevos, anchos espacios

busco los vientos menos rehacios

en la Lomita del Calvariú.


La base de su poesía no se encuentra en el rebuscamiento ni en la complicación del concepto; usa palabras claras y expresivas para captar el movimiento de la vida cotidiana. De acuerdo con el estilo romántico, Figueroa recurre a elementos del medio ambiente para expresar sus estados de ánimo; el paisaje es la proyección de su alma atormentada y el refinamiento de la expresión no dificulta el retorno a la naturaleza; en “Pinceladas”, el sauce posee atributos humanos: tiene una actitud traidora y cabellera protectora, mientras que su rama se inclina y llora.


El funerario sauce sobre el río

cuelga su cabellera protectora.

Tenaz conserva su actitud traidora.

Un martín pescador, hosco y bravío,

y al parecer, durmiéndose de hastío

está en la rama que se inclina y llora.


La obra de juventud de Rodulfo abarca de 1884 a 1890; la publicación de Olvido, pequeño poema en tres cantos muestra su inclinación por el romanticismo; Bécquer es una de sus principales influencias. La segunda etapa fue la más prolífica, abarcó de 1890 a 1894, mientras estuvo en Guatemala estudiando medicina; ahí también se encuentran rasgos románticos con la inclusión de elementos folclóricos y costumbristas. Su última etapa, que abarca de 1895 a 1899 y refleja la profundidad de sus preocupaciones, se ha considerado un acercamiento a la estética modernista.

Cronológicamente, Rodulfo coincide en esta última etapa con el modernismo que se gestaba en la ciudad de México; Manuel Gutiérrez Nájera era su principal impulsor mediante la publicación revistas literarias y poemas que cautivaron a los nuevos escritores en la capital mexicana, pero que llegaron tarde a Chiapas donde Figueroa moriría sin haber conocido la consolidación de este movimiento estético; el hilo conductor de su poesía es la crítica a la frialdad de la razón y de la ciencia.

En el poema “El número 339” expresa: “Sabes el nombre que sin pompa y gala / usé muy poco en mi existencia breve, / tanto, que me llamaban en tu sala / el número trescientos treinta y nueve”. Es patente la necesidad de recuperar aspectos soslayados como la individualidad del nombre, por las excesivas convenciones de la medicina; el poeta hace un llamado a recobrar la dimensión espiritual; también aparecen rasgos de héroes rebeldes de la literatura romántica, como Andrés, el personaje de su poema Olvido, que aspira a una plena libertad; se advierte una inclinación por personajes que prefieren mantenerse al margen de la sociedad.

Sin padre, sin hermanos y sin madre,

sin tener un perruco que le ladre

era más libre Andrés que el mismo viento,

y en las milpas de todos trabajaba

siempre lleno de fe, siempre contento;

con el poco dinero que ganaba …


En “El poeta” se observa esa voz íntima que expone su “Yo” a través del personaje que se ha creado:


Mis versos guardan

en urnas de oro

rico tesoro

de inmenso amor;

porque es hermosa

mi vida inquieta,

¡porque el poeta

me llamo yo!


O en “Fugaces XIII”


¿Y no ves una sombra arrodillada

velar al borde del mortuorio lecho?

¡Es el pobre poeta que solloza

donde duermen sus versos!


Rodulfo Figueroa utilizó su obra para dejar testimonio de ciertos acontecimientos históricos locales; en “¡A Tuxtla!” refiere con alegría a la instauración de la nueva capital chiapaneca.


Hoy me han contado que ya es eterno

ese bullicio, porque el Gobierno

buscó las frondas del Sabinal;

que siempre tienes perpetua fiesta,

que te proclaman á toda orquesta

de nuestro Estado la Capital.


El vigor de la expresión y la sonoridad del verso y la rima, que se halla mayoritariamente en los versos endecasílabos, marcan una pauta rítmica, audaz, con heptasílabos que complementan el verso a manera de sentencia. El ritmo es ágil; en el poema “II” presenta secuencias de imágenes, símiles, metáforas e hipérboles, que potencian el dolorido amor:


¡Si comprender pudieras mis amores

y ver de mi pasión la inmensidad!,

mi vida de congojas y dolores

es una eternidad!

Jamás comprenderás cuánto he llorado,

cómo solo en quererte sé pensar;

una sola esperanza he acariciado:

¡Que me llegues á amar!

Mi pobre corazón solo palpita

por ese amor eterno nada más;

como la virgen que en su altar habita

aquí en mi alma estás.

La fe que tengo á abandonarme empieza…

¡Quién sabe si más tarde volverá!

Si vieras mi horizonte de tristeza

Qué silencioso está!


Durante la última etapa, la obra de Rodulfo se decantó, ya no es el amor su principal preocupación; en la antesala de su fallecimiento, busca la paz y la trascendencia. Su estancia en la Ciudad de México le permitió conocer la obra de algunos autores románticos como Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Juan de Dios Peza, Manuel Flores, Manuel Acuña y los españoles Gustavo Adolfo Bécquer, José de Espronceda, Ramón de Campoamor. En estos casos, el Romanticismo presentaba la típica perspectiva nostálgica desde la cual el sujeto lírico se abandona a la voluntad de un ser superior.

Los poetas románticos liberan los sentimientos, no hay límites para la expresión, cantan porque hay una impotencia ante el destino, que los revela pequeños frente a la magnificencia de la naturaleza, insignificantes ante la realidad que la ciencia va develando. Podemos encontrar gran parecido entre “Por el arte” de Rodulfo y “Ante un cadáver” de Manuel Acuña, en cuanto a la relación de la vida con la muerte.


¡Miseria y nada más!, dirán al verte

los que creen que el imperio de la vida

acaba donde empieza el de la muerte.

[…]

Pero ni es esa forma la primera

que nuestro ser reviste, ni tampoco

será su última forma cuando muera…

Y allí, a la vida, en apariencia ajeno,

el poder de la lluvia y del verano

fecundará de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano,

irás del vergel a ser testigo

en el laboratorio soberano.

[…]

Que al fin de esta existencia transitoria

a la que tanto nuestro afán se adhiere,

la materia, inmortal como la gloria,

cambia de formas; pero nunca muere.


El tema de la fugacidad de la vida y la inmortalidad de la materia se encuentra en varios poemas como en “Clínica Negra”, “El número 339”, “¡Siempre!” y “Por el Arte”, en los cuales se halla un idealismo que se impone a la objetivación científica; en este último soneto un cuerpo hermoso, aunque muerto, será profanado por el interés científico.


¡Cuán hermosa es la muerta! Exuberante

su desnudez sobre la losa brilla,

yo la contemplo pálido y jadeante

y tiembla entre mis manos la cuchilla.

El profesor, que la ocasión bendice

de poder explicar algo muy bueno,

a mí se me acerca y con placer me dice:

―Hágale usted la amputación del seno.

Al espíritu científico que marcó el positivismo de la época, Rodulfo antepone su idealismo romántico, como lo hizo Manuel Acuña:


Yo que siempre guardé por la belleza

fanatismos de pobre enamorado,

―perdonadme ―le dije con tristeza―

pero esa operación se me ha olvidado.

Se burlaron de mí los compañeros,

ganó una falla mi lección concisa,

vi en la faz del maestro surcos fieros

y en la faz de la muerta una sonrisa!


En “El número 339” hay una aproximación al dolor que expresa quien es rechazado por la sociedad y reflexiona sobre la vacuidad de la vida, que de sublime pasa a un estadio experimental, a un objeto de la ciencia; llega al punto en que pierde toda esperanza, se detiene, medita y, aceptando su parte de dolor en el sufrimiento general, prosigue su camino, imponiéndose el sentimiento del poeta sobre la razón del médico.

Según Bruno Estañol (2011: 193), en el acto poético hay una búsqueda de la trascendencia; para el artista romántico no es el placer sino el pesar el que lo trasciende. En el poema “XLIV” de Fugaces, el cuerpo vuelve a la madre tierra como un bien elemental, como una ofrenda a quien lo nutrió en vida.


El día que pague

a la madre tierra

el mismo tributo

que al morir le llevan

todos los que vienen

a pisar su arena.

Si á piedad os mueve

mi desgracia inmensa,

dadme cuatro tablas

por única ofrenda,

[…]

Cavadme la huesa,

y en su fondo oscuro

dejad al poeta

que olvidado y solo

descanse sin penas.


El enigma de la mujer aparece con frecuencia en sus poemas, también la piedad hacia los menesterosos. Desde sus inicios, el escritor mostró una predilección por los temas románticos: la exaltación del amor, el hombre que trata de alcanzar a su amada mediante el sacrificio, la imagen de ésta como un objeto de deseo imposible. La mujer aparece vestida de sortilegios, de misterios: “llámame á tu lado entonces, / y cuéntame esos misterios”; hay regocijo en las emociones que provoca el misterio del amor: “Voz misteriosa que de amor nos habla / y á cuyo acento el corazón palpita, / que despierta en el alma del que sufre / esperanzas y anhelos y alegrías”.

La figura de lo femenino en la obra de Figueroa es recurrente, es el objeto sublime donde quiere arraigar su trascendencia en el sostén de su lucha por la vida.


Amor… fuerzas me da cuando lo imploro

de mi dura existencia en el combate;

yo sé que nada más porque te adoro

dentro del pecho el corazón me late.


También pondera la libertad en el amor idealizado que frecuentemente choca con la realidad lacerante:


Toda mi adoración inmensa y pura

la has conocido sin tener sonrojos:

se dicen tantas cosas de ternura

¡en la muda expresión de nuestros ojos!

Jamás podrá decirte lo que anhelo

La palabra banal que nada encierra;

el lenguaje del alma está en el cielo

y lo ignoran los pobres de la tierra.


Como se puede observar a lo largo de su obra, Rodulfo Figueroa acrisoló en la poesía su profesión médica. Los elementos románticos que se advierten son la presencia de augurios; las descripciones grandiosas y exóticas de la naturaleza; el concepto del amor como una fuerza ineluctable y la imposibilidad de su consumación; la visión idílica de su pueblo; la exaltación de la melancolía y de lo sobrenatural; el empleo de lo vago e impreciso; exaltación del catolicismo; la proyección de los estados de ánimo del yo poético en la naturaleza.

El poeta de Cintalapa escribió de acuerdo con la estética del romanticismo español y mexicano con vocablos y escenas de Chiapas; a pesar de su corta vida, su obra constituye una mirada del futuro literario, pues el modernismo heredaría los temas del romanticismo: la evocación de mundos irreales o exóticos, que Figueroa trasladó a su propia tierra; otros temas que Rodulfo compartió con los modernistas fueron la melancolía, el desencanto, la duda existencial, el amor, la soledad, los motivos sobrenaturales y la libertad; murió cuando su obra se decantaba cada vez más. En su caso, podemos hablar de una evolución en la propuesta romántica para concluir con la expresión de un pensamiento crítico, reflexivo, con alma llena de su terruño y su cultura. Sin él es imposible comprender el inicio de la tradición literaria en la entidad; su poesía se estima como la primer obra consolidada en el canon regional que, a decir de Harold Bloom, sólo se puede lograr “por fuerza estética”, que se compone primordialmente de “dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia en la dicción” (2011: 39). Todo lo anterior le confiere por derecho propio ser considerado el padre de la poesía en Chiapas.



BIBLIOGRAFÍA


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