“Elite”. Aproximaciones a un concepto

“Elite”. Approaches to a concept

Eduardo Torres Alonso etorres@unam.mx Seminario Universitario de Estudios sobre Sociedad, Instituciones y Recursos. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. México

DOI: http://dx.doi.org/10.31644/IMASD.21.2019.a02

Versión en inglés

Recepción: 2019-05-24 Aceptación: 2019-07-19 Publicación: 2019-10-01

Resumen

El concepto "elite" aparece de manera recurrente en la discusión pública y en la literatura especializada en ciencias sociales; sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en este último ámbito, en los medios de comunicación y en los intercambios informales cotidianos, "elite" parece tener múltiples significados lo que distorsiona su sentido original. Por ello, es preciso volver a lo que, en su origen, el concepto significa, la forma en cómo se ha problematizado y qué ocurre con él en el debate contemporáneo.

Palabras clave: elite; concepto; lenguaje; ciencias sociales

Abstract

The concept of “elite” frequently appears in public discussion and in specialized literature in social sciences. However, unlike what happens in this last field, in the media and through the daily informal exchanges, “elite” seems to have multiple meanings that distorts its original meaning. Therefore, it is precisely to step back in the timeline, to its origin. The concept means the way in which it has been problematized and what occurs with it in the contemporary debate.

Keywords: elite; concept; language; social sciences

I. Introducción

El individuo, para comunicarse, ha desarrollo un lenguaje compuesto por palabras y a cada una de ellas le corresponden un número variado de significados (Sartori, 2015). Esto origina que, en ocasiones, quienes participan en una conversación no se entiendan por completo porque lo que se dice puede no representar lo que se piensa; por ello, resulta fundamental establecer una convención sobre lo que las palabras quieren decir en contextos determinados. Así, las ciencias naturales, las humanidades y las ciencias sociales ―contextos particulares en donde los fenómenos que se observan, describen, analizan y explican son muy específicos― cuentan con un lenguaje propio, especial, en contrapartida al lenguaje materno, corriente o de uso común, que es el que está al alcance de todos sin importar su formación, edad o condición social (Sartori, 2015).

El individuo requiere conceptos para comprender la realidad y hacer posible la continuidad temporal de su experiencia; lo mismo ocurre con las ciencias: precisan de un conjunto de conceptos para entender fenómenos, diferenciarlos y compararlos (Ramírez Plascencia, 2018).

En este trabajo se ofrece un análisis de un concepto utilizado en las ciencias políticas, particularmente cuando se habla de la estructuración y estratificación social, "elite", que forma parte del lenguaje especializado; es decir, que dicho concepto ha sido adoptado por las ciencias sociales y sus estudiosos y practicantes han generado una convención en torno a su significado para evitar la polisemia y disminuir los errores al momento de identificar y explicar algún fenómeno o conjunto social que se le aproxime. Dichas convenciones sobre lo que los conceptos quieren decir se acercan a los paradigmas: mientras su capacidad explicativa sea aceptada no será necesario cambiarlo, pero cuando estos ya no tengan capacidades de brindar herramientas de análisis, será necesario replantearlo. Lo mismo ocurre con los conceptos: mientras su contenido explique un objeto o fenómeno, no habrá necesidad de revisarlo, pero cuando el fenómeno no corresponda a lo que el concepto menciona, entonces será el momento de reinterpretarlo o de integrar uno nuevo.

De acuerdo con Kuhn (1986: 13), los paradigmas son "realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica". Esta definición podemos trasladarla a la formación y vigencia de los conceptos. Cuando estos se construyen, se atiende una realidad observable que es interpretada y expresa, naturalmente, el momento en el desarrollo de ese fenómeno; por lo tanto, mientras aquella se ajuste al concepto, éste no perderá vigencia.

II. Noticia histórica del concepto

"Elite" proviene de una palabra francesa élite, que significa el "conjunto de los mejores de la sociedad". A su vez, élite deriva de élire, que quiere decir elegir o elección (Ferrando Badia, 1976). Hacia el siglo XVII adquirió un sentido de índole comercial ya que servía para nombrar a los bienes poseedores de una especial calidad. Un siglo más tarde, en el XVIII, la palabra empezó a utilizarse para designar a grupos sociales reducidos. El concepto "elite", como ahora lo conocemos, surgió en el siglo XIX como un intento, desde las Ciencias Sociales y el lenguaje, para explicar las nuevas relaciones de poder que estaban apareciendo en las sociedades.

Fue en Italia donde el desarrollo conceptual tuvo su asiento. Gaetano Mosca ―primer teórico de la elite y fundador de la escuela elitista― y Vilfredo Pareto ―responsable de la difusión mundial del concepto y de la teoría de la "circulación de las elites―, pioneros en el tema,1 destacaron que en los grupos sociales aparecía, de forma constante, a lo largo de la historia, una clase minoritaria dirigente que monopolizaba, en todas sus formas, las relaciones estatales de poder hasta que dicha clase era desplazada por otra:

Declinan inexorablemente cuando ya no pueden ejercer las cualidades mediante las que llegaron al poder o cuando no pueden prestar más el servicio social que prestaban, o cuando sus cualidades y los servicios que prestaban pierden importancia en el ambiente social donde viven (Mosca, 2006: 123).

Mosca concebía a la historia de la humanidad como la "historia de las clases dominantes" (Meisel, 1975), su teoría fue llamada como la de la minoría organizada, quienes integran dicha minoría son todos iguales: practican los mismos oficios, tienen orígenes sociales y económicos muy similares, y comparten valores y modos de vida. Estos elementos generan en la minoría organizada un sentido de pertenencia, cohesión y solidaridad que le permite desplegar estrategias para obtener, mantener e incrementar su poder (la dominación), sobre una mayoría desorganizada. En consecuencia, hay, pues, en todo tiempo y lugar, unos, los pocos, que gobiernan y, otros, los muchos, que son gobernados (Aron, 1996). Era imperativo que la clase gobernante no quedara a la zaga. Mosca es el primer autor que propone una diferenciación entre elites y masas, al sostener "como un hecho universal y necesario la existencia de dos "clases políticas": una clase gobernante -siempre una minoría-, y una clase gobernada que conforma la mayoría" (Dupont y Suárez-Íñiguez, 1988: 63).

En todas las sociedades, empezando por las medianamente desarrolladas, que apenas han llegado al preámbulo de la civilización, hasta las más cultas y fuertes, existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre la menos numerosa, desempeña todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de las ventajas que van unidas a él. En tanto, la segunda más numerosa, es dirigida y regulada por la primera de una manera más o menos legal, o bien de un modo más o menos arbitrario y violento, y a ella suministra, cuando menos aparentemente, los medios materiales de subsistencia y los indispensables para la vitalidad del organismo político (Mosca, 2006: 106).

El mismo autor italiano reconoce los trabajos de Saint-Simon, Taine, Marx y Engels como antecedentes en el estudio de este tema, aunque existen considerables esfuerzos previos en los que se hicieron mención a algunas características de los grupos gobernantes: Platón, Aristóteles y, desde luego, Maquiavelo (Dahl, 2010), quien en sus Discursos expresó que no importaba el tamaño o la forma de organización de la ciudad, en los niveles de mando siempre hay un reducido número de individuos; no obstante, fue él quien presentó su argumento con una intencionalidad científica: basado en la observación de los hechos y elevándolo a rango de ley constante. Ambos autores, Mosca y Pareto, están influenciados por el positivismo, lo que no es menor ya que en la elaboración conceptual se recurre al método inductivo positivo con el que pondrán de relieve el carácter desigual de la sociedad, sin importar el momento histórico de su constitución y el tipo de organización institucional que posean (Cisneros, 1996).

En suma, la elite se compone de un reducido grupo de personas, poseedoras de influencia, seleccionadas con base en su capacidad y formación, que se ubican en la cúspide de la estructura de poder y acceden a los puestos, ya sea por medio de una designación unipersonal o colegiada o incluso a través de ejercicios comiciales abiertos.

La expresión central para comprender al poder que reside en este grupo es "fórmula política", compuesta por la educación de la elite y su sistema de creencias y valores o, en términos de Aaron, la ideología de la clase política. Tal "fórmula política" equivale a la legitimidad:2 "Los principios de esta ʻfórmulaʼ deben estar arraigados en la conciencia de la masa y no deben apartarse demasiado de estos parámetros para evitar conflictos, que pueden amenazar la supervivencia de la sociedad misma" (Blancha, 2005). En fin, la "fórmula política" también incluye al aparato administrativo que delimita el modo y alcance de los vínculos de poder (Blancha, 2015; Baras, 2001).

III. Problematización conceptual

Se pueden reconocer tres enfoques sobre la formación de elites: las teorías basadas en el mérito; aquellas que centran su atención en el poder, y los enfoques de elites como clase social. La escuela italiana, representada por los ya citados Mosca y Pareto, atendió al mérito de la elite. Pareto consideró que sus miembros eran personas con cualidades excepcionales o eminentes: "La esencia de la elite es la superioridad" (Alonso, 1997) y, para él, la circulación de individuos pertenecientes de círculos no influentes a la posición de las elites era un imperativo. En la elite existe un grado alto de cohesión interna inexorable.

Charles Wright Mills (1987), por su parte, analizó la estructura estadounidense del poder y concluyó que "a pesar de que el mérito personal podía contribuir a que una persona se convirtiese en un miembro de la elite, el elemento definitivo de esta era su relación con el poder" (Solimano, 2015: 43), vigorizando la teoría elitista del poder frente a la teoría pluralista.

Mills, en su conocido libro La elite del poder (1987), postula que la población de Estados Unidos de América ha sido dominada por un número reducido de individuos que configuran la "elite del poder": los propietarios y gerentes de las grandes corporaciones, los políticos y los altos funcionarios, y los mandos militares son los tres sectores que han dominado la estructura de mando en ese país. Con todo, hay homogeneidad entre la elite que no sólo se basa en las coincidencias estructurales de mando y de intereses, sino también en la acción que efectúan para coordinar sus actos, al igual que la red de relaciones sociales que mantienen entre sí; en fin, idénticos orígenes sociales, relaciones familiares y personales e intercambio de individuos de las posiciones de un sector a otro (Mills, 1987; Ruiz-Sánchez, 2009). Mills anota que hay una ampliación y centralización de los medios de poder en la elite.

Finalmente, en los enfoques de las elites como clase social, es preciso referirse a la contribución de Karl Marx y Max Weber. El primero, mediante una interpretación comprehensiva de la sociedad, definió a las clases sociales en términos de la propiedad de los medios de producción, destacando dos grandes grupos: la burguesía, integrada por los dueños de dichos medios, quienes controlaban la riqueza, daban forma a las instituciones y ejercían el poder político; y los proletarios, dueños únicamente de su fuerza de trabajo (Solimano, 2015). Era, pues, la noción de clase dominante, considerando a los intercambios económicos como el motor de la historia. Con todo, hay que mencionar que clase social y elite son conceptos distintos: clase social hace referencia a estructuras integradas por los procesos económicos, mientras que elite es una minoría con poder y autoridad.

Max Weber pone de relieve la concentración de los medios de administración y de violencia de los que dispone la minoría dirigente para permanecer en el poder (Mejía Quintana y Castro, 2008). Este autor considera a la estratificación social como un producto de selección; es decir, cada individuo tiene probabilidades de tener poder con base en sus acciones y de la disposición de las clases, estamentos y partidos (Duek e Inda, 2006). Weber expresa en una carta a Robert Michels fechada3 en 1908 que la elite es la palabra más adecuada "para hablar en representación de toda la nación" y no la "voluntad del pueblo", que es una ficción (Zabludovsky, 1995: 28).

La democracia representativa no rechaza la presencia de una minoría organizada frente a una mayoría pasiva, sino en el tipo de elite existente. El punto fundamental se encuentra en "esta relación de desigualdad y subordinación jerárquica […] a partir de la contraposición entre las ʻelites que se imponenʼ y las ʻelites que se autoconstituyen y se proponenʼ" (Yturbe, 2007: 114). Insistamos: "La ideología democrática […] no sufre gran daño haciéndose ver del brazo de la teoría de las elites" (Yturbe, 2007: 115).

IV. El debate contemporáneo a manera de conclusión

La globalización ha llevado a una concentración significativa de individuos con altos niveles de educación y talentos especiales, originando una nueva elite, la llamada "elite de talentos", en los 36 países considerados como ricos por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Mejía Quintana y Castro, 2008). Estudios sobre la desigualdad, como los de Thomas Piketty (2015a, 2015b, 2015c) dan cuenta de este tipo de elites.

La orientación económica del concepto "elite", permite advertir las expresiones de descontento concretadas en Occupy Wall Street y We the 99 Percent en Estados Unidos; los Indignados, en España, el movimiento estudiantil en Chile y los movimientos de protestas en Brasil contra la celebración de la Copa FIFA Confederaciones 2013, la Copa Mundial de Futbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, y Turquía contra el Primer Ministro Recep Erdogan, entre otros. Los participantes en estas movilizaciones argumentaron que los resultados de la globalización han beneficiado de manera desproporcionada a una pequeña elite, mientras que la mayoría ve que sus perspectivas de progreso económico real disminuyen (Solimano, 2015).

Lo anterior se comprueba con el informe Una economía al servicio del 1%, elaborado por Oxfam, que señala que en el año 2015, 62 sujetos acumulaban la misma riqueza que 3,600 millones de personas, y que desde el inicio del siglo XIX, la mitad más pobre de la población mundial sólo ha recibido el uno por ciento del incremento total de la riqueza mundial, mientras que la mitad de esa "nueva riqueza" ha sido recibida por el uno por ciento más rico (Oxfam, 2017, 2016, 2014).

Se advierte, pues, la presencia de los cinco monopolios que caracterizan a la "mundialización polarizante del imperialismo contemporáneo", según Samir Amin (2004): el monopolio de nuevas tecnologías; el control de los flujos financieros a escala mundial; el control del acceso a los recursos naturales del planeta; el control de los medios de comunicación, y el monopolio de las armas de destrucción masiva.

Esta nueva elite ha generado un nuevo debate en torno a la democracia. Si bien es cierto que la democracia, como se refirió antes, no se enfrenta, en principio, a la teoría de las elites, hay que tener presente la reflexión de Joseph Schumpeter sobre el elitismo democrático que realiza en su obra Capitalismo, socialismo y democracia (2015), que consiste en la designación de una minoría de individuos por los ciudadanos que deberán tomar, en su nombre, las decisiones políticas (Fernández Santillán, 2007). Quienes abrazan la teoría elitista expresan que al examinar la historia de las sociedades es posible encontrar una constante: una minoría ostenta la capacidad de dominación del resto de los sujetos. Sin embargo, la influencia de los súper ricos en el proceso de designación altera la esencia de la democracia: ellos, los pocos, pueden expensar gastos de publicidad, investigación y asesoría, movilización; en fin, de financiamiento de campañas, para favorecer a sus allegados en detrimento de la decisión original del pueblo.

Los individuos, para usar el concepto al que recurre Schumpeter (2015), votan por un representante; no obstante, la garantía de que este en realidad represente los intereses generales es nula (Manin, 1997). Bottomore, empero, apunta que la existencia de las elites es incompatible con los postulados de una democracia igualitaria y plebiscitaria (Bottomore, 1965; Laurin-Frenette, 1989).4 Aparece la posibilidad, muchas veces materializada, de que la democracia sea filtrada por el dinero (Jiménez y Solimano, 2012).



V. Referencias bibliográficas

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Notas

1 Ambos autores fueron llamados "maquiavélicos" por Burnham (1949).

2 "Por legitimidad entiendo el hecho de que un orden político es merecedor de reconocimiento. La pretensión de legitimidad hace referencia a la garantía en el plano de la integración social de una identidad social determinada por vías normativas. Las legitimaciones sirven para hacer efectiva esa pretensión, esto es: para mostrar cómo y porqué las instituciones existentes (o las recomendadas) son adecuadas para emplear el poder político en forma tal que lleguen a realizarse los valores constituidos de la identidad social." Habermas (1981: 266). Cfr. Bendix (2000).

3 Robert Michels es un autor que también estudió las formas de organización social, de forma especial al interior de los partidos políticos. De la observación realizada al interior de este tipo de organizaciones, es resultado la conocida "Ley de hierro de la oligarquía" que expresa: "[…] la mayoría de los seres humanos están predestinados, por la trágica necesidad de someterse al dominio de una pequeña minoría, a una condición de tutela permanente, y deben avenirse a construir el pedestal de una oligarquía. […] Reducida a su expresión más concisa, la ley sociológica fundamental de los partidos políticos […] puede ser formulada en los siguientes términos: la organización es lo que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización dice oligarquía." (Michels, 2008).

4 De acuerdo con Bottomore, "puede considerarse a la élite política como una clase dirigente en sentido marxista, en los casos en que su poder se asiente sobre bases económicas, y en los que, por consiguiente, pertenezca a un grupo más vasto, definido por la propiedad privada de los medios de producción a cuya protección y perpetuación sirve el poder." Laurin-Frenette (1989: 11).