DOS PÁGINAS RESGUARDADAS EN EL ESTUDIO DE RUBÉN SALAZAR MALLÉN

TWO PAGES SAVED IN THE STUDIO OF RUBÉN SALAZAR MALLÉN

José Martínez Torres jose.torres@unach.mx Universidad Autónoma de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México
Antonio Durán Ruiz antonio.duran@unach.mx Universidad Autónoma de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México


DOI: https://doi.org/10.31644/IMASD.37.2024.a08

Fecha de recepción: 06 de marzo de 2024
Fecha de aceptación: 06 de febrero de 2024
Fecha de publicación: 01 de febrero 2024

Resumen

La siguiente colaboración presenta dos breves fragmentos que se resguardaban en el estudio de Rubén Salazar Mallén, uno es un volante que se repartía en la calle con el título de LA MASCULINIDAD. / MÁS VALE PREVENIR QUE LAMENTAR. / MANIFIESTO DEL 31 DE OCTUBRE DE 1934. Las primeras décadas del siglo XX dan muestra de una ponderación de valores ––éticos, morales–– exacerbados por la Revolución mexicana y que hoy parecen decididamente obsoletos, lo mismo que la breve escena que por autocensura eliminó el propio autor de la novela La iniciación en sus dos primeras ediciones.

Palabras claves: Masculinidad; Sicalipsis; Autocensura

Abstract

This collaboration presents two brief fragments kept in Rubén Salazar Mallén's studio, one is a flyer that was distributed on the street with the title MASCULINITY. / BETTER SAFE THAN SORRY. / MANIFESTO OF OCTOBER 31, 1934. The first decades of the 20th century show a weighing of values ––ethical, moral–– exacerbated by the Mexican Revolution and that today seem decidedly obsolete, the same as the brief scene that was eliminated due to self-censorship the author of the novel The Initiation in its first two editions.

Keywords: masculinity; suggestiveness; self-censorship

Hacia 1981, Rubén Salazar Mallén mostró a un grupo de alumnos que se reunía en su estudio de la colonia El Rosedal, en la Ciudad de México, dos breves documentos polémicos que se analizan a continuación. El primero es un manifiesto. Hay que recordar que desde el Manifiesto Surrealista de André Bretón de 1924 era frecuente la aparición de manifiestos de distintos colectivos y, hacia 1934, apareció éste al que nos referimos. También era muy frecuente entonces repartir cientos de volantes para anunciar un nuevo producto comercial o un nuevo programa radiofónico. Lo extraordinario del caso es que ésta era una proclama contra la homosexualidad.

Uno de los temas de aquella tarde-noche entre los invitados que rodeaban el escritorio del maestro Salazar Mallén, fue el del grupo literario de los Contemporáneos. Este nombre se había tomado de la revista que publicaban Salvador Novo, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Bernardo Ortiz de Montellano y Carlos Pellicer, entre otros, con un formato y unos trazos inspirados en la Revista de Occidente, que dirigía José Ortega y Gasset.

Salazar Mallén perteneció por derecho propio a este grupo literario, ya que colaboró en sus proyectos editoriales en distintas ocasiones. Sin embargo, dijo que él nunca se sintió parte del grupo, “aunque con tanto reconocimiento como se les hace ahora, creo que me convendría pregonarlo”, dijo. Desde luego podría decirse que era parte de los Contemporáneos. Hay que recordar que varios capítulos de su novela Cariátide se publicaron en la revista Examen que dirigía Jorge Cuesta, y que debido a esa publicación fueron a dar a la cárcel, Cuesta como editor y Salazar Mallén como autor. De acuerdo con el comité que vigilaba la moral y las buenas costumbres, el relato era inapropiado y su lenguaje sumamente sucio y escandaloso. Después de un juicio, acusados de publicar malas palabras, fueron absueltos y la literatura mexicana comenzó a emplear estas palabras como un recurso del realismo literario. “Cariátide como novela era mala, pero los escritores se sintieron en libertad de escribir groserías, albures y mentadas de madre. Para eso sirvió”.

Respecto a la homosexualidad de sus colegas Contemporáneos, se propuso hacer una encuesta entre ellos. La curiosidad lo hacía preguntarse por qué eran tan mal vistos y existían tantos tabúes y prejuicios hacia los escritores y artistas homosexuales de aquellas generaciones. Entonces fue a entrevistar a cada uno para saber a qué se debía su preferencia: “Le dije a Elías Nandino: dime, Elías, ¿por qué eres puto? Me contestó: ¡si vieras la tragedia que es!” La sociedad de ese tiempo veía como un escándalo que alguien tuviera inclinación hacia los individuos de su propio sexo y, lo que es peor, ese estigma llegaba a convertirse en un hecho trágico para un ser sensible y artístico como era Nandino. A Villaurrutia le preguntó lo mismo: “¿por qué eres puto, Xavier, siendo, como son, las mujeres de sabrosas? Villaurrutia se burló de mí, movió la cabeza y dijo, como si fuera algo muy obvio, o como si yo desconociera la verdad de la vida: `¡Ay, Burrén!´”.

Ser reconocido como homosexual era la peor situación que podía enfrentar un individuo. Tenían una gran diversidad de nombres despectivos: “Se les decía cuarentaiunos, afeminados, maricas, jotos, putos, del otro lado.  Por esta razón, como en el grupo había varios, a todos nos creían homosexuales. En realidad, había algunos que sí, eran heterosexuales, algunos tenían tendencias de ese tipo, sólo tendencias, y otros lo eran descaradamente, como Salvador Novo, el más descarado de todos. No le daba vergüenza y lo confesaba con un gran cinismo y con mucha gracia. Cuando le hice la misma pregunta que a los demás, Novo, ¿por qué eres puto? Sólo dijo “¡Ay, fíjate que ya me empiezan a gustar más los cadetes que los boleros!”

Salazar Mallén (2015) siguió diciendo: “El grupo se reunía en torno a la publicación, pero en lo personal todos éramos solitarios, individualistas e independientes, cada quien en lo suyo. Se podía ver una amistad más cercana entre Novo y Villaurrutia, o entre Cuesta y yo, pero yo no asistía a las reuniones de la redacción ni me convocaban a la selección de materiales. Mi nexo importante con todos ellos era Cuesta, a quien entregué los ensayos que me publicaron”. También dijo que los Contemporáneos eran de una enorme densidad intelectual, pero que su prestigio disminuía por sus inclinaciones sexuales, y como se les consideraba gente despreciable, sus publicaciones no tuvieron la atención que merecían. Antes, al contrario, dijo Mallén: “Desde luego, la revista de la que venimos hablando, Contemporáneos, así como Ulises y Examen, eran revistas elitistas, cuyos contenidos no se entendían en todas partes”. Observó que eran publicaciones de una gran elegancia editorial, con poemas ingleses y franceses traducidos por los propios miembros de la redacción, Ortiz de Montellano, Novo, Villaurrutia. “No puedo decir si era elitista como respuesta al entorno que los detestaba, o si la misma esencia de la revista era elitista. Seguramente fue una mezcla de ambas cosas. El Grupo sin grupo, como lo definió Villaurrutia, impuso su calidad, logró un enrome respeto, literariamente hablando, aun cuando todos hablaran horrores de su mariconería”.

Este Grupo sin grupo llegó a tener reconocimiento en el plano estético y a tener una presencia y un poder públicos debido al notable talento de sus miembros, aunque, observó Mallén, “apoyados en el padrinazgo de Genaro Estrada, que era ministro. Estrada se aprovechaba de su capacidad intelectual, y ellos, sobre todo Novo, del poder que les confería”.

Esta situación de ver a los Contemporáneos posicionados en el campo literario, causó molestia y desagrado: “Entre mis papeles encontré este botón de muestra. Tengo en mis manos un curioso documento que me parece vale la pena citarse, dijo y comenzó a leer el primero de los documentos a los que aludimos al comienzo de estas páginas:

LA MASCULINIDAD.
MÁS VALE DEPURAR QUE LAMENTAR.
MANIFIESTO DEL 31 DE OCTUBRE DE 1934

Puesto que se intenta purificar la administración pública, solicitamos se hagan extensivos sus acuerdos a los individuos de moralidad dudosa que están regenteando puestos oficiales, lo que, con sus actos afeminados, además de constituir un ejemplo punible, crean una atmósfera de corrupción que llega hasta el extremo de impedir el arraigo de las virtudes viriles en la juventud. Si se combate la presencia del fanático, también debe combatirse la presencia del hermafrodita, incapaz de identificarse con los trabajadores de la reforma actual.

Desde luego llama la atención el uso de palabras que revelan los valores de la época: “masculinidad”, “afeminamiento”, “virtudes viriles”. Hay que recordar que apenas diez años antes, en 1924, las páginas de El Universal publicaron la polémica sobre si Los de debajo de Mariano Azuela era la novela más representativa de la virilidad revolucionaria. En la discusión que iniciaron Francisco Monterde y Julio Jiménez Rueda, se daba por un hecho que la “masculinidad” era una virtud y el “afeminamiento”, por el contrario, era “un ejemplo punible”.

Después de bromear y reír sobre “masculinidades” y “afeminamientos” ––vocablos por cierto que han vuelto a figurar en el imaginario social junto con el de visibilidades, como por ejemplo en alguna propaganda de difusión cultural que anuncia un “Taller de masculinidades”––, Salazar Mallén sacó otra carta que traía escondida bajo la manga y dijo: “Además de que era una grilla contra Estrada y los Contemporáneos que se posicionaban en puestos de la administración gubernamental y de que se amparan en los valores machistas que ya sabemos, ¿quiénes creen que firmaban el Manifiesto?” En seguida comenzó a leer los nombres que venían al calce, ante el azoro de los presentes: Mauricio Magdaleno, maestro de la novela mexicana, autor de El resplandor. Cada que decía un nombre, se oía un clamor de incredulidad, mientras Salazar Mallén se partía de la risa. Renato Leduc, del que nadie se extrañó que apareciera como firmante, pues se distinguía por una homofobia que nunca ocultó, pues, muy poco antes, en 1932, había escrito “Corydon o de los amores” en el libro Los banquetes. Quasi novela, donde dice en ese tono de guasa, casi de albur, que predomina a lo largo del ensayo, que la homosexualidad “se adquiere con el nacimiento o por un hecho posterior, precisamente posterior, al nacimiento”.

Siguió el nombre de José Rubén Romero, el gran narrador de Mi caballo, mi perro y mi rifle, así como de la famosa historia La vida inútil de Pito Pérez. Cada que Salazar Mallén mencionaba un nuevo nombre, se decía algo sobre su obra y milagros. Rafael F. Muñoz, el autor de la novela Vámonos con Pancho Villa, llevada al cine por Fernando de Fuentes, con adaptación y guión del mencionado Xavier Villaurrutia. Juan O’Gorman, el gran muralista, que hizo el fabuloso recubrimiento de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria. Francisco L Urquizo, uno de los escritores fundamentales de la llamada Novela de la Revolución Mexicana, sobre todo por la extraordinaria Tropa vieja, una magistral pieza de las letras mexicanas.

Conviene ahora señalar la puntualización que hizo Carlos Monsiváis (1998) respecto a la homofobia. En aquellos años de la polémica en El Universal sobre virilidades y afeminamientos, existía un evidente machismo, sin embargo, explica Monsiváis, Leduc no es homófobo, porque al publicar páginas como “Corydon o de los amores” fragmento el libro Los banquetes. Quasi novela, en 1932, nadie le recrimina esa actitud. En ese momento no sólo es normal sino que su crítica no admite censura, ni siquiera se discutía “la natural inferioridad, o, mejor, la evidente inhumanidad del homosexual. Quien practica el sexo con sus semejantes, carece de virtudes y sólo merece esa forma del perdón que es el choteo”. Era impensable entonces un término como homofobia, que cataloga casi clínicamente esa condición sexual.

Algo semejante sucede en el otro documento que Salazar Mallén ya preparaba para incluir en la siguiente edición de su novela La iniciación (1966), publicada en Costa-Amic después de una edición de autor que hizo su amiga Olga Arias, en Durango. Aquí aparece un aspecto teórico a propósito de si puede considerase que la pornografía se excluye de todo valor literario. Según Salazar Mallén, se dejó llevar por la opinión de un colega y retiró un pasaje pornográfico que incluía su relato.

Salazar Mallén explica que un amigo le advirtió que corría el riesgo de que La iniciación pareciera una novela sicalíptica. El párrafo de marras fue excluido de la edición de Durango y también de la de Costa-Amic. Desde luego el autor conservó la parte autocensurada: “Suprimí esa página porque me impresionó oír el argumento de que convertiría mi novela en una obra sicalíptica, de que así dejaría de ser una obra literaria. Ahora he cambiado de opinión. Creo que no hay nada de sicalipsis ahí, y si la hay, no por eso deja de ser literatura”. Dijo que, en la tercera edición, si es que llegaba a haber una tercera edición, incluiría esa parte:

“[Luis] Mario Schneider quiere publicarla en la editorial Oasis, vamos a ver si lo dejan y no lo impiden la moralina y los prejuicios. El caso ––continuó diciendo–– es que la opinión de mi amigo me puso en duda. Desde luego, no quería convertir mi novela en una novela de esa clase, por lo que la página que voy a leerles fue suprimida. Sigue inédita y dice así:

No supo lo que aquello quería decir. Los sonidos resonaron en sus tímpanos sin proyectarse. Sin adquirir significación: su inteligencia y su voluntad estaban abolidas. Por eso, dócil, dejó que Isabel lo llevara hasta un sitio de la habitación en donde la imagen de ambos se duplicaba en el espejo del tocador. “No te muevas”, conminó casi afónica de tan ronca. Tan fuera de sí estaba Diego y tan lejano de su facultad de pensar que no se le ocurrió inquirir que intención guiaba a la ramera, pero de repente aquella atonía ascendió y él se llenó de un espasmo que lindaba con el terror. Isabel había caído de rodillas. “¡No! ¡no!”, gimió, enronquecido también. “¡No te muevas!”, exigió ella nuevamente. De hinojos, como estaba, diestro el ademán, tomo en sus manos la erecta virilidad del joven y empezó a llevársela a los labios con ese ademán lento y goloso. Previniendo lo que iba a ocurrir, se retajo ligera, casi imperceptiblemente, dando un vuelco del asombro al asco; no un asco físico, sino un estado en que la repugnancia, una repugnancia súbita que se apoderó de él, se entreveraba al desprecio y al desencanto. Había oído hablar en la escuela de acto que iniciaba Isabel, pero desde su inocencia creyó siempre que se trataba de hipérboles fraguadas en la vanagloria, o de exageraciones inspiradas en una lujuria insana, y he aquí que una mujer a la que hasta ese instante había admirado se disponía a incurrir en la repugnante acción. “debe ser más sucio que limpiar excusados, que comer tlaconetes, que…”, se dijo rápidamente, sin encontrar un término de comparación que lo satisficiera. Sintió el impulso de darle un puntapié, pero no se atrevió a hacerlo. “¡Qué vergüenza!, eso es, vergüenza de que alguien pueda rebajarse a tanto”, se decía atropellada, vertiginosamente, de tal modo que las ideas cabalgaban unas tras otras en el informe asco que se fundía en un pequeño odio superpuesto a la excitación suscitada por la desnudez de la prostituta. “¡Qué grande! ¡qué bueno estás!”, articuló Isabel embelesada después de hacer estallar un beso suculento. No había terminado: echó a cabeza hacia adelante, imitando a la fiera que lanza un mordisco; sus labios rodearon como un cinturón de pez el enhiesto miembro; sus mejillas palpitaron henchidas de él; la rubia cabellera resbaló blandamente sobre los testículos del muchacho.”

Referencias

Monsiváis, Carlos. (1998). “La homofobia: si eres distinto a mí eres un monstruo”. Letra S, suplemento de La jornada, 4 de junio. Disponible en

https://www.jornada.com.mx/1998/06/04/ls-texto1.html

Salazar Mallén, Rubén. (2015). La hoguera de libros. Editorial SAMSARA. México. Entrevistas, edición y presentación de José Martínez Torres.