ENOCH CANCINO CASAHONDA

Enoch Cancino Casahonda nació en Tuxtla Gutiérrez, el 6 de octubre de 1928. Se formó en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas y en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde obtuvo el título de médico. Durante su estancia como estudiante en la Capital escribió su “Canto a Chiapas”, poema arraigado profundamente en el gusto de la gente en Chiapas y que marca una de las líneas que definen su obra en general: lo popular.

Enoch Cancino fue también importante en la vida pública, no sólo de Tuxtla. A la par del quehacer literario, ejerció su profesión de médico y llegó a ser jefe de Servicios Coordinados de Salubridad y Asistencia del estado, donde participó en sendas campañas para combatir la oncocercosis y el tracoma, que en los años en que ocupó ese puesto (1964-1970) afectaron a la población de Chiapas.

En la política, se desempeñó como secretario general durante la gestión de Juan Sabines Gutiérrez; además fue diputado federal y presidente municipal de Tuxtla. En el ámbito literario, publicó los volúmenes Con las alas del sueño (1951), La vid y el labrador (1957), Ciertas canciones (1964), Estas cosas de siempre (1970) y Tedios y memorias (1982). Perteneció a la Academia Mexicana de la Lengua. Fue incluido en diversas antologías, entre las que destacan Modern poetry from Spain and Latin America, publicada por Corinth Books en 1964, y Doce poetas chiapanecos (1976).

Junto a lo popular, la poesía de Enoch Cancino se expresa a partir de otras vertientes como la filosofía y la estética de la brevedad. Debido a la supuesta preeminencia de la primera, estas dos últimas han sido poco atendidas por la crítica y por los lectores. Sin embargo, son dos elementos centrales tanto en la manera que el autor tenía de entender la poesía como en su manera de concebirla, en el sentido que tiene esta palabra de crear algo.

La presente antología consta de dos partes. En la primera se ha hecho énfasis en la biografía del autor, el contexto histórico y un breve análisis de su obra. La segunda parte es una selección de los poemas que, desde el punto de vista estético, se consideraron lo mejor de la obra poética de Enoch Cancino. Se ha dado espacio también a lo más representativo, por lo que se incluyó el “Canto a Chiapas”.

A Enoch Cancino le tocó vivir de cerca la transformación de Tuxtla Gutiérrez, que pasó de ser una pequeña y no tan pintoresca ciudad a una urbe atestada de plazas comerciales, farmacias, supermercados, hoteles, cervecentros, cafeterías, restaurantes de comida rápida y, en el centro, de vendedores instalados en las banquetas y hasta en las calles.

La vida nocturna de aquella época se concentraba en el Casino Tuxtleco, donde los hermanos Gómez animaban con canciones de Agustín Lara, Gonzalo Curiel o Lorenzo Barcelata los tímidos cortejos de jóvenes que sólo querían bailar, tomarse un refresco y pasar un buen rato con sus novias; en ese entonces había sólo dos cines, uno de ellos instalado en un bello edificio porfiriano, el antiguo teatro Emilio Rabasa, que fue demolido por orden del gobernador en turno. Con esto se perdió, a decir del poeta, el mayor orgullo de la ciudad y parte de su historia.

Al final, el espacio se convirtió en una arena de box y lucha libre, por lo que continuó siendo un referente popular hasta su desaparición, o más bien, su transformación, pues en su lugar se construyó un nuevo teatro, sin que logre todavía establecer, como su antecesor, una conexión importante con la gente.

En una entrevista con Rosalinda Orozco y Karla Barajas (2006), el poeta recordó también el impacto que causó la Segunda Guerra Mundial en Chiapas. Según cuenta, al principio todos simpatizaban con Alemania, pues se trataba de estar con el más fuerte. Nadie sabía de las atrocidades que se cometían en los campos de concentración. El gobierno federal, por su parte, había expropiado las fincas de los cafetaleros alemanes y a éstos los había mandado presos a Perote, Veracruz, donde había, irónicamente, un campo de concentración para ellos. La razón, justificada o no, era que podían financiar la campaña militar de sus compatriotas o incluso ser espías al servicio del Führer. La tensión aumentó cuando los buques mexicanos Potrero del Llano y Faja de Oro fueron hundidos. El país, que hasta ese momento había mantenido una postura neutral frente al conflicto, declaró la guerra a los países del Eje.

Se instituyó el servicio militar obligatorio. Los jóvenes de 18 años tenían que participar en un sorteo para definir a quiénes les tocaba ir. La bola blanca significaba que te habías salvado, y la negra, que tenías que prestar el servicio. Hubo simulacros en algunas ciudades. Cortaban la energía eléctrica y provocaban apagones. En algunas escuelas, los estudiantes iban vestidos con ropa militar.

Cuando la guerra terminó, en 1945, la gente se había hecho más consciente. Ya no estaba a favor de los alemanes. De hecho, el gobierno de México había mandado una unidad de combate aéreo, el famoso Escuadrón 201, para apoyar a los Aliados. Por otra parte, la decisión de Hitler de atacar Rusia en invierno, significó la derrota definitiva para Alemania.

Al Führer le pasó lo mismo que a Napoleón en 1812, quien fue vencido en condiciones parecidas por los rusos. Aunque Enoch Cancino mencionó que los temas bélicos no le llamaban la atención, estaba enterado, pues era la novedad, de lo que ocurría en el frente de guerra; mencionó, por ejemplo, la táctica de la Blitzkrieg, la cual era empleada por los alemanes para sorprender a sus adversarios con un ataque rápido y fulminante que los dejaba sin la posibilidad de defenderse.

Junto a los grandes acontecimientos, el contexto local también había cambiado. Tuxtla se había transformado en una ciudad. Ya no era, como en los tiempos de la niñez y la juventud del doctor Cancino, un lugar apacible (aunque no tanto) donde todos se conocían.

Por otra parte, la obra de Cancino Casahonda es un referente no sólo literario, sino también popular, debido a que su “Canto a Chiapas” fue adoptado como himno local, recitado de memoria por declamadores improvisados o profesionales, siempre con música de marimba de fondo. De ser cierta la frase de que en Chiapas se puede encontrar un poeta hasta debajo de las piedras, el nombre de Enoch Cancino figuraría de todos modos en el panorama literario.

En realidad, ni en Chiapas ni en otro lugar hay más o menos poetas. Lo que existe es un campo definido, igual que en cualquier gremio, y un conjunto de obras y de autores que conforman el canon, en este caso, de la literatura local. Dentro de éste se encuentran, por ejemplo, Jaime Sabines y Rosario Castellanos, que además son dos referentes importantes en el contexto más amplio de la literatura mexicana. El primero fue, como se sabe, el poeta oficial de Chiapas durante la gestión de su sobrino, Juan Sabines Guerrero. Se podían leer sus poemas en las bardas de las escuelas y hasta en las calles del centro de Tuxtla, en el asfalto; cuando se terminó de construir la Torre Chiapas, en los cristales de las ventanas se inscribieron versos de Sabines. El 2009 fue instituido por el congreso del estado como el año del “poeta y escritor Jaime Sabines”. Su nombre se escribió con letras de oro.

Esta campaña, antes que acercar la poesía de Sabines a la gente, tuvo un efecto negativo. Sucedió algo parecido que con la literatura de la Revolución Mexicana: el discurso oficial terminó por apropiarse de este género, y provocó el rechazo o la indiferencia de los lectores más jóvenes.

Rosario Castellanos es un caso aparte. Escribió poesía, cuento, novela; libros de ensayo, teatro. Participó activamente en los círculos intelectuales, no sólo de la capital, sino también de Chiapas, donde se relacionó, siendo todavía muy joven, con los integrantes del Ateneo. Publicó también en la revista ICACH, y se involucró en el Teatro Petul, un espectáculo de títeres que se presentaba en las comunidades indígenas de los Altos.

Junto a ellos se encuentra un grupo extenso, aunque no tanto para encontrar uno debajo de cada piedra, de escritores y poetas chiapanecos. Tampoco es que exista un canon definido; si se realiza una búsqueda superficial, se encontrará, además de Sabines o de Rosario, de Eraclio Zepeda, Rodulfo Figueroa o el mismo Enoch Cancino, una lista confusa de nombres y, con suerte, se llegará a la poesía de Joaquín Vásquez Aguilar o a las obras de Carlos Olmos.

¿Cuál es, entonces, el lugar de Enoch Cancino dentro de este conjunto? Los criterios para determinar la importancia de un escritor son muy subjetivos. La calidad no siempre es el rubro principal. Existen otros factores: las relaciones en el campo literario, los premios o la buena fortuna. En este caso, el vínculo con la gente es algo auténtico. El “Canto a Chiapas” forma parte del imaginario popular, y el nombre del poeta figura en las antologías locales y aun internacionales, por lo que puede decirse, a riesgo de caer en una práctica viciosa, que ocupa un lugar importante dentro de la literatura chiapaneca.

La poesía de Enoch Cancino tiene su origen, como toda la literatura, en la vida. De ahí se derivan los temas universales y otros que provienen de la experiencia del poeta o de su entorno. Esto lo confirma él mismo en la entrevista con José Casahonda (2010: 50) en 1974, donde a la pregunta de qué escritores habían influido en su obra, respondió que ninguno y que su única influencia había sido la realidad, la vida misma.

Por supuesto, no hay poeta o artista que no haya sido marcado por otros escritores, pero la respuesta de Enoch Cancino es más bien una postura frente al acto de crear, mediante el lenguaje, otro plano de realidad. Sublimar los momentos que en apariencia no son importantes, o que son tan fugaces que no advertimos su existencia. Es algo parecido al arte del haikú japonés: reducir a la expresión más simple y sencilla, angustias y preocupaciones, que son consubstanciales a los hombres de todos los tiempos.

Esta es la base de toda la poesía de Enoch Cancino. Quien sólo conozca su “Canto a Chiapas” se llevará una sorpresa: la mayoría de sus poemas son breves, profundos, transparentes. Las palabras están condensadas y las imágenes, si las hay, son composiciones sencillas o cotidianas. Son canciones, es cierto, pero sosegadas. Sus letras, si se quiere seguir con la comparación, reflexionan sobre la vida, el paso del tiempo, la muerte. Un ejemplo de ello es el poema “El regreso”, incluido en el volumen Ciertas canciones (1964).

De siete sueños

largos y solemnes,

bajé a los días

lenta, burdamente.

Traía los augurios de mi vida.

Traía los recuerdos de mi muerte.


Para analizar el poema, se siguieron los pasos que proponen Fernando Lázaro Carreter y Evaristo Correa en su libro Cómo se comenta un texto literario (1998). La primera fase consiste en leer atentamente el poema. Los autores recomiendan, en principio, tener un diccionario a la mano. En este caso (esta antología fue pensada para estudiantes de secundaria y preparatoria), las palabras que pueden causar problemas son “solemnes”, “burdamente” y “augurios”. Si se consulta el diccionario, se encontrará en las entradas de esas tres palabras diferentes significados. Solemne tiene cuatro. Hay que buscar el que más se acerque al sentido que plantea el contexto. En este caso, puede ser “majestuoso”. Burdo significa “grosero, tosco, sin delicadeza”. Los augurios son presagios, es decir, “anuncios favorables o adversos de algo futuro”. El poema ya se entiende mejor, al menos en su sentido literal.

En la segunda fase, hay que localizar el texto. Es decir, ubicar su lugar dentro de la obra a la que pertenece. Esto se debe a que las obras, sobre todo si se trata de analizar o comprender un fragmento, son un todo orgánico y cada una de sus partes está relacionada con las demás. Por su naturaleza, en los libros de texto y en las antologías suelen compilarse textos aislados o incluso fragmentos de novelas.

Volviendo al poema, ya se dijo al inicio que formaba parte del libro Ciertas canciones. Se trata del tercer poemario de Enoch Cancino, el cual da título a la antología que Elva Macías publicó en el Fondo de Cultura Económica. En la breve nota que antecede los poemas, la compiladora señala que dicho volumen, junto con Tedios y memorias (1982), es de lo mejor que concibió el poeta; menciona también su lirismo y el tono elegiaco de ambos libros, frente al resto de su obra, un tanto más prosaica y enfocada en escenas cotidianas

En la siguiente fase debe identificarse el tema que aborda el texto. Lázaro Carreter y Evaristo Correa señalan que en este paso debe obtenerse una determinación clara y precisa, es decir, no deberíamos emplear muchas palabras para realizar este ejercicio y el resultado final tendría que ser simple. En el poema elegido para el análisis, el tema puede ser el de un hombre que ha tenido una visión onírica sobre su vida y su muerte.

Una vez que se ha determinado el tema, toca el turno a la definición de la estructura. Antes de ello cabe explicar, de manera breve, qué se entiende en literatura por fondo y forma. El fondo no es otra cosa que el contenido del texto, es decir, lo que se dice. La forma es la manera en que se expresa el contenido, o sea, cómo se dice.

Más arriba se citó el comentario de Elva Macías, quien señalaba el lirismo y el tono elegíaco de los poemas de Ciertas canciones, del cual forma parte el texto que nos ocupa. Aunque la elegía, igual que el género al que pertenece, la lírica, no tiene una estructura definida, sí pueden identificarse rasgos como la expresión de sentimientos o emociones relacionados sobre todo con la pérdida de algo. En este caso, no hay ninguna lamentación, pero se expresa, si no una emoción, una experiencia en la que el poeta ha tenido visiones de su muerte. Por último, hay que hacer un balance de lo que se ha observado y redactar nuestra impresión del texto.

Enoch Cancino dejó establecidas sus ideas estéticas en algunos de sus poemas. Esta práctica se remite a la Antigüedad, donde filósofos como Aristóteles y Platón, así como los mismos creadores, entre ellos Horacio (2006: 48), reflexionaron en torno a la literatura y las características, incluso técnicas, que ésta debía tener para alcanzar el estatus de obra de arte. Este último escribió en su “Epístola a los Pisones” los siguientes versos:


O sigue la fama o finge cosas que consigo concuerden,

escritor. Si quizás representas al célebre Aquiles,

sea incansable, iracundo, inexorable, violento

niegue que nazcan derechos para él, todo, todo fíe a las armas.

Sea Medea feroz e invicta, lúgubre Ino,

pérfido Ixión, Íon errante, sombrío Orestes.

Si algo aún no experimentado a la escena aventuras y osas

formar un nuevo personaje, que hasta el final se conserve

cual procedió desde el principio y sea coherente consigo.


Desde Horacio, los poetas han expresado sus ideas sobre el quehacer literario e incluso las han llevado a la práctica en textos designados como “arte poética”, donde caben también los decálogos de los cuentistas o las cartas que los escritores consumados escribieron a los aspirantes.

Un ejemplo de lo anterior es el poema de Paul Verlaine (2012: 96), titulado precisamente “Arte poética”:

La música por encima de todo,

Y para ello escoge el verso impar,

Más vago y más liviano en el aire,

Sin nada en él que cargue o pese.


También es necesario que no te dirijas

A escoger tus palabras sin algún desprecio:

Nada más precioso que la canción gris

Donde lo indeciso se une a lo preciso.

[…]

Huye lo más lejos de la Ironía asesina,

Del Espíritu cruel y la Risa impura,

Que extraen lágrimas de los ojos del Azur,

Y de todo ese ajo de la mala cocina.1


Lo primero que se observa es que tanto Horacio como Verlaine establecen su arte poética a través del mismo poema; por un lado, el autor de las Epístolas señala los rasgos que deben tener los personajes mitológicos. Aquiles, por ejemplo, debía ser un guerrero formidable, “iracundo”, “inexorable”, “violento”. Estas características se deben, según Carlos García (2003: 51), al genio poético de Homero, quien lo retrató de esa forma en la Ilíada.

Con lo anterior, Horacio se refiere fundamentalmente a dos cosas. Primero, a que el poema debía tener coherencia. En otra parte dice que si a un pintor se le ocurriera unir una cabeza humana con un cuello equino y “añadir variadas plumas a miembros de doquier reunidos”, el resultado sería poco afortunado. Segundo, a la importancia que tenían los autores griegos (él mismo había estudiado filosofía y poesía griega en Atenas).

Verlaine, por su parte, aleccionaba en su poema a los jóvenes mediante los preceptos del simbolismo, movimiento originado en Francia y Bélgica hacia finales del siglo XIX, cuyos adeptos pensaban que la poesía era un medio para desentrañar los misterios del mundo y para expresar lo inefable; tenían, además, una fuerte influencia de la música, en especial de las composiciones de Richard Wagner2. De ahí que el primer verso del “Arte poética” de Verlaine diga “La música por encima de todo”.

En el contexto hispanoamericano, destacan los textos de Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges3. Escribió Neruda (1974: 8):


Entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,

dotado de corazón singular y sueños funestos,

precipitadamente pálido, marchito en la frente,

y con luto de viudo furioso por cada día de mi vida,

ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente

y de todo sonido que acojo temblando,

tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría,

un oído que nace, una angustia indirecta,

como si llegaran ladrones o fantasmas,

y en una cascada de extensión fija y profunda,

como un camarero humillado, como una campana un poco ronca,

como un espejo viejo, como un olor de casa sola

en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,

y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores,

-posiblemente de otro modo aún menos melancólico-,

pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,

las noches de sustancia infinita caídas en mi dormitorio,

el ruido de un día que arde con sacrificio

me piden lo profético que hay en mí, con melancolía

y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos

hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.


A diferencia de Horacio y Verlaine, Pablo Neruda es menos explícito en cuanto a su preceptiva, si es que hay preceptos o consejos en el poema; éste se inclina más bien hacia lo creativo y funciona más como un ejemplo de lo que el autor de Residencia en la tierra consideraba un poema. Borges (1974: 843), en cambio, cifra su poética en versos también creativos que se refieren con frecuencia a la tradición clásica:


Mirar el río hecho de tiempo y agua

Y recordar que el tiempo es otro río,

Saber que nos perdemos como el río

Y que los rostros pasan como el agua.


Sentir que la vigilia es otro sueño

Que sueña no soñar y que la muerte

Que teme nuestra carne es esa muerte

De cada noche, que se llama sueño.


Ver en el día o en el año un símbolo

De los días del hombre y de sus años,

Convertir el ultraje de los años

En una música, un rumor y un símbolo,


Ver en la muerte el sueño, en el ocaso

Un triste oro, tal es la poesía

Que és inmortal y pobre. La poesía

Vuelve como la aurora y el ocaso.


A veces en las tardes una cara

Nos mira desde el fondo de un espejo;

El arte debe ser como ese espejo

Que nos revela nuestra propia cara.


Cuentan que Ulises, harto de prodigios,

Lloró de amor al divisar su Itaca

Verde y humilde. El arte es esa Itaca

De verde eternidad, no de prodigios.


También es como el río interminable

Que pasa y queda y es cristal de un mismo

Heráclito inconstante, que es el mismo

Y es otro, como el río interminable.


Vicente Huidobro, igual que Verlaine, hizo referencia a una corriente, el Creacionismo, en la cual el poeta era considerado, como dice el último verso del poema de Huidobro (1983: 169), un pequeño Dios:


Que el verso sea como una llave

Que abra mil puertas.

Una hoja cae; algo pasa volando;

Cuanto miren los ojos creado sea,

Y el alma del oyente quede temblando.


Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;

El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.

El músculo cuelga,

Como recuerdo, en los museos;

Mas no por eso tenemos menos fuerza:

El vigor verdadero

Reside en la cabeza.


¿Por qué cantáis la rosa, oh poetas?

Hacedla florecer en el poema;


Sólo para nosotros

Viven todas las cosas bajo el Sol.


El Poeta es un pequeño Dios.


De Enoch Cancino (2008: 84) hay un poema titulado “Poesía del siglo XXI”, que dice:


La poesía ya no podrá salvar al mundo.

Ya no andará desnuda por las calles

iluminando los escaparates,

poniéndole su marca a los quehaceres,

dorando el pan,

tornasolando el agua.


Ya no se meterá por las buhardillas

tratando de escribir algunos versos,

o beber un café,

o amar un poco.


Ya no se quitará frente al espejo

su cara de cartón,

frente a los muertos

su sombrero de paja,

ni frente al vicio

su rictus de bondad o de amargura.


Se irá escurriendo por las cañerías

avergonzada de su desventura.

No pudo ser la letra de un anuncio,

la secretaria de un ejecutivo,

el celofán de un anovulatorio.


En este caso, la poesía se define por lo que ya no será, suponiendo que antaño solía “salvar al mundo” o quitarse “su cara de cartón” “frente a los muertos”. De todos modos, este texto está más cercano al “Arte poética” de Neruda que a la epístola de Horacio o a la poética de Verlaine. Un apartado de la tesis de Rosalinda Orozco y Karla Barajas (2006: 104-105) está dedicado a este tema. En él, Enoch Cancino define la poesía como algo que se siente y es, paradójicamente, indefinible. Algo que está en el alma. Tiene, dice, algo de sagrado, de ritual y de cotidiano. Está en la simplicidad de la vida, en lo cotidiano. De esta manera entendió Enoch Cansino la poesía. La mayoría de los poemas que se han incluido en esta antología, si no es que todos, se apegan a esta idea.

En 1958 comenzaron a publicarse en periódicos las entrevistas que con el tiempo conformarían el volumen Protagonistas de la literatura mexicana. Su autor, Emmanuel Carballo (2003: IX), menciona en el prólogo la importancia que tiene conocer personalmente a los escritores, dialogar con ellos sobre su vida y su obra, sus compañeros y cualquier otro detalle que revele aspectos de su carácter o su personalidad artística.

Para realizar este trabajo, se tuvo acceso a dos entrevistas. La primera de ellas la realizó José Casahonda en 1974. La segunda es más bien una serie de entrevistas que dio como resultado la tesis de grado intitulada Un cuento para cantar en invierno: historia de vida de Enoch Cancino Casahonda. Se trata de un texto donde el mismo autor narra los pormenores de su vida y, por supuesto, de su poesía, mediante la cual buscó siempre llegar a la sencillez y tratar los temas cotidianos sin alteración. Esta pretensión, junto con el lirismo que ya señaló Elva Macías, constituye la base de la poesía de Enoch Cancino4. En ella se sostiene el lenguaje condensado, profundo y transparente mediante el cual se expresan sus reflexiones sobre la muerte, las edades del hombre, los sueños o lo cotidiano.

El hecho de que estos temas, que no son nada sencillos, estén expresados a partir de un artificio tan simple en apariencia pero complicado en la práctica, hace que la poesía de Enoch Cancino logre arraigarse no sólo en el gusto popular, como ha sucedido con el “Canto a Chiapas”, sino en un espacio, profundo también, reservado al arte verdadero y que hace falta explorar. El lector tiene aquí la oportunidad de hacerlo, pero sin otra pretensión que la del goce estético.


BIBLIOGRAFÍA


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Borges, Jorge Luis. Obras completas 1923-1972. Carlos V. Frías (ed.). Buenos Aires: Emecé, 1974.

Cancino Casahonda, Enoch. Antología poética (1948-1985). Tuxtla Gutiérrez: Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, 2008.

-------. Ciertas canciones y otros poemas. Elva Macías (comp.). México: Fondo de Cultura Económica, 1999.

-------. Tedios y memorias. Tuxtla Gutiérrez: Talleres Gráficos del Estado de Chiapas, 1982.

-------. Estas cosas de siempre. México: Seminario de Cultura Mexicana, 1970.

-------. Ciertas canciones. Tuxtla Gutiérrez: Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, 1964.

-------. Con las alas del sueño. Tuxtla Gutiérrez: Gobierno del Estado de Chiapas, 1951.

Carballo, Emmanuel. Protagonistas de la literatura mexicana. México: Porrúa, 2003.

Casahonda Castillo, José. 12 poetas chiapanecos. Tuxtla Gutiérrez: Universidad Autónoma de Chiapas, 2010.

García Gual, Carlos. Diccionario de mitos. Madrid: Siglo XXI, 2003.

Horacio. “Arte poética”, en Poéticas. Antología. Tuxtla Gutiérrez: Universidad Autónoma de Chiapas / Gobierno del Estado de Chiapas, 2006.

Huidobro, Vicente. “Arte poética”, en María del Pilar Rodríguez (sel.). Antología básica de la literatura en lengua española. San José: EUNED, 1983.

Lázaro Carreter, Fernando y Evaristo Correa Calderón. Cómo se comenta un texto literario. Madrid: Cátedra, 1998.

Neruda, Pablo. Pablo Neruda: Five Decades: A Selecction (Poems: 1925-1970). Ben Belitt (ed. y trad.). New York: Grove Press, 1974.

Orozco Villatoro, Rosalinda y Karla Gabriela Barajas Ramos. Un cuento para cantar en invierno: historia de vida de Enoch Cancino Casahonda. Tesis de licenciatura. Tuxtla Gutiérrez: Universidad Autónoma de Chiapas, 2006.

Reyes Ruiz, Jesús. “Poesía entre dos fuegos”, en Enoch Cancino Casahonda. Estas cosas de siempre. México. Seminario de Cultura Mexicana, 1970.

Verlaine, Paul. “Arte poética”, en Nathalia Brodskaya. El simbolismo. New York: Parkstone International, 2012.

Vital, Alberto. “Arte poética en seis poetas latinoamericanos del siglo XX. Alfonso Reyes, Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, Manuel Bandeira, Pablo Neruda y Jaime Torres Bodet”, en Literatura mexicana, vol. 22, núm. 1, 2011, pp. 159-188. Recuperado de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25462011000100008.



1 Se eligió esta versión del poema debido a que se entiende mejor que otras donde el traductor le ha dado prioridad a la “música”, siguiendo los preceptos del mismo Verlaine. En la versión original, el primer verso de cada cuarteto rima con el último y el segundo rima con el segundo:

De la musique avant toute chose,

Et pour cela préfère l’Impair

Plus vague et plus soluble dans l’air,

Sans rien en lui qui pèse ou qui pose.


Il faut aussi que tu n’ailles point

Choisir tes mots sans quelque méprise:

Rien de plus cher que la chanson grise

Où l’Indécis au Précis se joint.

[…]

Fuis de plus loin la Pointe assassine,

L’Esprit cruel et le Rire impur,

Qui font pleurer les yeux de l’Azur,

Et tout cet ail de basse cuisine!

2 Véase la definición de este movimiento en María Victoria Ayuso, Consuelo García y Sagrario Solano (1997: 352-353).

3 Alberto Vital (2011) analiza también poemas de Alfonso Reyes, Manuel Bandeira y Jaime Torres Bodet. En el estudio de Vital puede observarse la evolución que han tenido este tipo de textos, denominados todos ellos “Arte poética”.

4 Jesús Reyes Ruiz (1970: 9) menciona también el carácter provinciano de los primeros libros de Enoch Cancino. Pero lo más interesante que observa, y a lo que me adhiero, es lo siguiente: “Cada poema sintetiza un pensamiento profundo, encierra una idea grandiosa; en unas cuantas líneas dice lo que no dicen muchos tratados de filosofía”.